No creo que sea un buen momento para presentarle a la sociedad una vidriera desordenada. En el escaparate de la política, un partido desorganizado es tan tentador como la Marsellesa en una fiesta de egresados en primavera: fuera de lugar, estridente, y sin sentido de ocasión.
En 2023, el pueblo se expresó en las urnas. La
intención del votante fue clara: ordenar las finanzas públicas, exigir
transparencia en la gestión estatal, y revalidar la legitimidad de la
dirigencia al mando de las políticas de Estado. La rabia contenida —producto de
la calma con la que nuestros gobernantes hacían oídos sordos al reclamo
popular— dio lugar a la irrupción de un personaje disruptivo, distópico y
anacrónico. Gesticula y blasfema como un líder salido de una rebelión de
ciencia ficción. Bastó algo de rosca mediática para encender la llama del odio
y avalar un gobierno que hoy se muestra ajeno al sentir nacional.
El pueblo estaba estancado. Veníamos de un
pasado inmediato que nos hundió en la pobreza, con cierre de comercios,
fábricas y préstamos tomados al FMI bajo el lema “el valor del peso argentino
se está derrumbando”. Luego llegó el encapsulamiento pandémico, antes de que el
nuevo gobierno pudiera articular políticas que nos sacaran del pozo sin padecer
los efectos de la deuda heredada.
La falta de lucidez y reacción frente al
estupor social generó desorientación. La economía se estancó cuando más la
necesitábamos. El retroceso social encontró un paracaídas en el modelo de ayuda
y asistencialismo, que, si bien frenó la caída abrupta del humor social, no
pudo evitarla.
Argentina creció de forma constante desde
2003. Hasta 2015, las microempresas emergían a diario, generando empleo y
alimentando la economía interna. La demanda energética era reflejo de un pueblo
pujante. Pero desde 2015, todo comenzó a ralentizarse. Se volvió a sustituir
producción nacional por importaciones de bajo costo. El consumo interno se
sostuvo brevemente, pero cayó por el cierre de fábricas y la pérdida del poder
adquisitivo de la clase obrera.
En 2019, la sociedad intentó volver al modelo
de independencia económica, justicia social y soberanía política. Pero el
contexto global, la pandemia, la fragmentación ideológica en el sur del
continente y la imposibilidad de ingresar a tiempo al bloque BRICS terminaron
por desorientar nuevamente la brújula social.
Llegamos a este 2025 con un país rifado por
los liberales más rancios que ha visto la sociedad argentina. Padecemos
incoherencias que intentan explicar lo inexplicable: políticas apátridas y
déspotas que se ejecutan en detrimento de los argentinos y en favor de
intereses ajenos.
El pueblo se ha expresado y lo seguirá
haciendo en octubre, dejando claro que este no era el camino que aspiraba para
salir del atolladero. Consciente de que el justicialismo es la única vía, la
fuerza más organizada y promotora de la pequeña y mediana empresa en los
últimos años, la sociedad eligió confiar nuevamente en ese modelo para
custodiar las bancas legislativas. Y seguramente reafirmará esa confianza en
octubre.
No podemos mostrarles a los argentinos una
fuerza política desorganizada y enceguecida por internas. Hoy estamos lejos del
poder, y esas disputas no son fructíferas. El pueblo confió en un nuevo líder
que lo traicionó. Hoy comienza a erigirse otro joven líder. No dejemos que
nuestras mezquindades internas enturbien y alejen la noble tarea que puede
serle encomendada por el pueblo argentino.
En una sociedad que busca líderes jóvenes y
capaces, una interna es como bajarse del tren para discutir en qué butaca vamos
a viajar. Cuando lo tengamos decidido, el tren ya no estará. Y marchara sin rumbo,
con otro conductor desquiciado. No creo que deba ser ese nuestro destino, confío
mas en una sociedad organizada y sin mezquindades.
Es mi humilde opinión. Desde Melcalia, un
fuerte abrazo justicialista. Seguiré militando desde donde tengo memoria, y
hasta donde la vida me alcance.
Saludo fraternal, Compañero Luis Di Stefano

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