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Contra el Odio, la Unidad, y Contra el Mercado, el Pueblo.

 

SOLIDARIDAD


Increíble que hayamos erigido en la cúspide del poder a quien nos desprecia. A quien gobierna alimentado por el odio irracional hacia el mismo pueblo que lo consagro.   A quien detesta la organización natural de los ciudadanos, ese tejido invisible que alguna vez fue Estado presente, ordenador de lo público, custodio de derechos, abrigo de los que no tienen más que su dignidad.

¿Cómo llegamos a mirar hacia otras naciones como espejos de lo que anhelamos, sin comprender que su grandeza no nace del mercado, sino de un Estado grande, organizado, protector, que proyecta el rumbo de su patria como quien cuida un hijo dormido?

¿Cómo puede haber desconfianza entre hermanos de la misma tierra? ¿Cómo puede haber egoísmo entre compatriotas que comparten el pan y la pena? ¿Cómo puede un presidente cargar contra los derechos de los discapacitados, y aún peor, cómo puede haber padres que avalen ese despropósito, como si la herida de su propia progenie no les doliera?

¿No es esto señal de una sociedad rota, desorientada, que permite agresiones físicas a nuestros jubilados, a nuestros abuelos, a nuestros padres, y permanece inmune, excusándose en tiempos pasados como si el dolor tuviera fecha de vencimiento?

Hemos llegado a despreciarnos entre hermanos. Pobres que desprecian a otros pobres, intentando disfrazar la realidad que a todos nos alcanza, dejando al desnudo una carencia espiritual más vergonzosa que cualquier carencia material.

Trabajadores que olvidan su posición, que desprecian su origen, que defienden con vehemencia los intereses del patrón, creyéndose dueños de la fábrica, poseedores de la llave de la estancia, como si el olor a bosta les hiciera olvidar que no son los dueños de las vacas.

Citando a Eva Duarte de Peron "Triste el pobre que oliendo bosta, se cree el dueño de las vacas".

¿Queremos dejarles a nuestros hijos el odio social como herencia? ¿Pretendemos sembrar en sus corazones la rabia y la intolerancia como símbolo de un futuro distópico del que no podrán escapar?

¿Queremos consagrar como válida la expresión “el pueblo tiene lo que se merece”? Porque si así fuera, entonces debemos aceptar que somos una sociedad enferma, una distopía anacrónica que por nuestros odios a llegado al presente, un país donde el tuerto es rey y los ciegos se aplauden entre sí.

Me niego a creer en esto.

Tengo fe.

Tengo esperanza.

Sé que nuestro pueblo es capaz de mirar su herida sin vergüenza, de convertir el dolor en testimonio, y el testimonio en legado, como lo hicieron nuestros padres, nuestros abuelos, como lo hace cada madre que abraza a su hijo sin saber qué comer mañana.

La unidad no se impone. Se cultiva. La hermandad no se grita. Se practica. El amor al pueblo no debe ser consigna. Debe ser acto reflejo. Debe ser espejo donde en el otro nos vemos a nosotros mismos. Y esa comunión nos consagra en busca del bien común, de la justicia social, de la alegría colectiva, que es lo único que tiene sentido en un mundo que está en guerra las 24 horas, que ve el dolor en cada rostro sin forma, que se desmorona cada día por el hambre voraz de los mercaderes de la sangre de los pueblos.

El próximo 26 de octubre olvida el odio que te consume, abraza la hermandad, la solidaridad, el pueblo organizado puede mas que la avaricia de los mercados.

En octubre debemos ponerle freno a los traidores de la patria, a los que envenenan nuestros corazones, nos arrebatan la alegría, nos roban la riqueza de nuestro suelo y castigan con hambre dolor y sangre a nuestro amado pueblo.

En octubre FUERA TRAIDORES FUERA LIBERTARIOS VIVA LA PATRIA VILA LA SOLIDARIDAD

SOLIDARIDAD



 

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